SOBRE EL CHISTE,TEXTO LÙDICO

O. Parece obvio que en nuestros intercambios comunicativos (orales o escritos) identificamos y usamos sin dificultad lo que sentimos y percibimos como "tipos" de texto diferentes o modalidades diferentes de realización. Difícilmente confundiríamos, por ejemplo, en su sentido comunicativo, una carta personal con una comercial u otra literaria, o una anécdota con una broma o un chiste. Y es que, siendo (por naturaleza) la comunicación una actividad social e intencional, todo acto comunicativo responde a unas determinadas convenciones y finalidades, compartidas por los miembros de la comunidad en que se realiza y fruto de su desarrollo histórico-cultural. Sin embargo, interesados sobre todo por el mecanismo de lo cómico y sus consecuencias prácticas (la risa o sonrisa del receptor), filósofos, lingüistas, críticos literarios, etc. han estudiado indistintamente, bajo la etiqueta de chiste, manifestaciones humorísticas (o de humor) muy diferentes cuya característica formal común es la brevedad.
Antes de pasar a lo que será el núcleo de nuestro trabajo, intentaremos delimitar, por sus características pragmáticas, el chiste como texto lúdico bien diferenciado de otros que tienen también carácter cómico. Esto nos permitirá establecer una primera clasificación, a partir de la cual podremos abordar, no sin muchas matizaciones —como se verá—, el estudio concreto de los diferentes tipos de chiste (limitándonos a los actuales y, claro está, sin pretensiones de exhaustividad).

1. Humor, humorismo, comicidad, chiste



Se dice que es cómico todo aquello (personas, cosas, hechos, dichos...) que muestra capacidad de divertir o de excitar la risa, incluso si no tenía intención inicial de hacerlo. Y digo bien: que muestra tal capacidad, y no que simplemente la posee. En lo cómico (sust. o adj.) trasladamos la comicidad del terreno de la abstracción al de la realización. Puede haber (o no) comicidad en un resbalón inoportuno; pero un resbalón sólo es cómico cuando ha ocurrido en unas circunstancias determinadas y provocado risa. Dos maestros del humor gráfico, Mingote y Forges(1), improvisadamente y al alimón (en abierta colaboración coloquial), lo han descrito con gracia y (casi) precisión:
—Uno va por la calle, se cae: eso es lo cómico.
—...Lo humorístico es lo que dice después el tío...
En cualquier caso, como afirma Julio Casares (1961, p. 31), "en el fondo de todo proceso humorístico está lo cómico como sustrato". Pero sólo como sustrato realizador de la comicidad; porque, frente a ésta, definida como "capacidad", el humorismo es siempre el fruto de un acto intencional: el resultado de la intención de ser/resultar (más o menos) cómico. En su mayoría, los diccionarios lo definen como "género de ironía", pero este uso —nos parece— no se corresponde con el común en nuestros días, en que se considera humorista (y ésta es toda una profesión en alza) al poseedor de una especial "manera de enjuiciar, afrontar y comentar las situaciones con cierto distanciamiento ingenioso, burlón y, aunque sea en apariencia, ligero"(2). Y esta vez la definición nos parece ajustada; podríamos, si acaso, añadirle una precisión para mayor claridad: es humorista aquel que, poseyendo tal "manera especial de...", hace uso de ella con la clara intención de resultar "cómico" o, al menos, de que tal disposición se le reconozca públicamente y se disfrute (otros disfruten) de ella.
Mi vecino es una buena persona; percibe con envidiable claridad ese lado insólito que todas las cosas (incluso las más cotidianas) tienen; no se altera innecesariamente y parece (moderadamente) optimista; hace comentarios agudos y oportunos y sabe intercalar chistes con gracia y prudencia; además, aguanta con una sonrisa cómplice las pesadas bromas que le gastan sus hijos el día de los Santos Inocentes y nos sorprende con frecuencia por su forma original de enfrentarse con la vida... Pero nadie diría de un vecino así que es un humorista (salvo que actuara, por ejemplo, en televisión, para hacernos así intencional y públicamente partícipes de su capacidad); nos limitaríamos, más bien, a describirlo como alguien que tiene un gran (y acaso peculiar) sentido del humor.
¿Y qué es el humor? Con el de Máximo como referencia, surge el "chiste fácil" (lo llamaremos así provisionalmente): Ni Dios lo sabe. Ahora en serio: los usos actuales del término humor presentan (en el terreno que nos ocupa) al menos tres acepciones:
1. Estado de ánimo de una persona, habitual o circunstancial, que le predispone a estar contenta y mostrarse amable, o por el contrario, a estar insatisfecha y mostrarse poco amable.
2. Sinónimo de "buen humor" o buen talante [primera posiblidad en la definición anterior].
3. (Con referencia a las personas y a lo que dicen, escriben, dibujan, etc.), Cualidad consistente en descubrir o mostrar lo que hay de cómico o ridículo en las cosas o en las personas, con o sin malevolencia.(3)
Se trata, en el primer caso, de una actitud subjetiva de carácter general que, matizada en uno u otro sentido, todos los seres humanos poseemos; de ella depende en gran medida nuestra reacción ante los estímulos externos, que puede ser siempre manipulable; y esto es lo que permite hacer declaraciones como la que sigue, de Lina Morgan: "todo lo que el mundo ha tratado con seriedad pertenece al lado cómico de las cosas"(4). En el segundo, de la misma cualidad, restringida a una de sus posibilidades, la positiva: así se usa en expresiones como "Fulanito no tiene ningún sentido del humor" o "no estoy de humor para nada". En su tercera acepción, la que nos interesa desde el punto de vista del chiste, humor pasa a ser una actitud en acción, dirigida también en una sola dirección, la positiva, y con pretensiones cómicas; en la realidad del uso, "humor" especifica en esta acepción al sustantivo, con un significado equivalente al del adjetivo humorístico: "literatura de humor", "revista de humor", etc.
"El humor es, sencillamente —dice Wenceslao Fernández Flórez (1945, p. 10)—, una posición ante la vida"; y no, "como vienen sosteniendo los filósofos, una variedad de lo cómico, sino un fenómeno estético más complejo, un proceso anímico reflexivo, en el que entra como materia prima e inmediata el sentimiento de lo cómico en cualquiera de sus múltiples formas" (Casares, 1945, p. 46). Podemos, pues, "utilizar el vocablo 'humor' para designar el sentimiento subjetivo, y reservar para sus manifestaciones objetivas el nombre de 'humorismo'. El 'humor', pues, será para nosotros una disposición de ánimo, algo que no trasciende al sujeto que contempla lo cómico, y llamaremos 'humorismo' a la expresión externa del humor, mediante la palabra, el dibujo, la talla, etc." (ibídem, p. 41).
En sus distintas formulaciones, el humor puede aparecer, en función de la actitud comunicativa adoptada, con tres sentidos diferentes: con sentido optimista (buena disposición de ánimo, broma...), con sentido pesimista (lo sarcástico, lo grotesco, algunas formas de la ironía...), y con sentido intrascendente (la comicidad lúdica, que es la que aquí nos interesa: chiste, etc.)(5).
Cuando se utiliza como forma concreta de comunicación para la interacción lúdica, el humor se comporta como un estímulo que se basa en el manejo de resortes intelectuales y que precisa de una cierta complicidad afectiva entre los comunicantes para cumplir su cometido: producir una respuesta, estereotipada y predecible, a nivel de reflejo fisiológico (la risa o sonrisa). Funciona, pues, como un mecanismo intelectual que produce un resultado "afectivo". Queremos decir que, en contra de lo afirmado por Bergson(6) y comúnmente aceptado, no es la risa (resultado afectivo del estímulo) la que es intelectual, sino el mecanismo por el cual se llega a tal variación (aunque sea sólo momentánea) en el parámetro afectivo. El mecanismo es —se dice— innato en el ser humano (y sólo en el ser humano) y tiene significado social: para comprenderlo hay que situarlo en su lugar natural, que es la sociedad.
¿Y en qué hay que fijar la atención intelectual —se pregunta Bergson— para que se produzca la risa? ¿Cuál es la estructura intelectual que subyace en las diferentes formas de humor intrascendente (en el chiste, entre otras)? Para Bergson, la risa se produce por un efecto de relación o de hábito adquirido que se frustra: se trata de un fallo mecánico. Para Koestler (1990, P. 683), la fórmula de validez general subyacente a todas las formas de humor y agudeza consiste en "la percepción de una situación en dos marcos de referencia (o contextos asociativos) al mismo tiempo, ambos consistentes por sí mismos, pero mutuamente incompatibles". Con otras palabras, Julio Casares (1961, pp. 49-50) ofrece una síntesis de ambas posturas:
Cuando de las premisas A y B nos disponemos a deducir C y, en lugar de C se presenta inesperadamente X, el efecto puede ser cómico o no, según los casos: si X no guarda relación alguna con las premisas, todo quedará en un disparate sin gracia; pero si X se nos revela instantáneamente como una deducción normal, aunque obtenida por fuera de la lógica, el sentido de la ilación que quedó en suspenso se reanudará hacia atrás desde el consiguiente a los antecedentes y volverá en sentido inverso desde éstos a la conclusión, que sólo entonces cobrará esa virtualidad específica que nos hace reír.
Una y otra concepción parten de puntos de vista diferentes y no son, como puede apreciarse, incompatibles, sino complementarias; ambas se revelan en el chiste en lo que llamamos efecto-sorpresa, sin duda —lo veremos más despacio—, una de sus claves interpretativas.
Pero no nos olvidemos del sentido del humor, que ya hemos mencionado, y que es ese "sentido (común)" que todos tenemos, más o menos desarrollado, por el cual somos capaces de relativizar las cosas (o al menos ciertas cosas) y "distanciarnos" de ellas. Este peculiar "sentido", que se experimenta como una vivencia personal e intransferible y puede mejorar con un buen entrenamiento, nos permite además disfrutar en un grado mayor o menor (según lo desarrollado que lo tengamos) de esa "relativización", propia o ajena. Y es —no hace falta decirlo— un "sentido" imprescindible para el estudio del chiste, cuyo éxito social depende en muy gran medida de él. "Pero sería injusto silenciar que no es dable el humor si no existiera un previo sentido común, ya que aquél toma carrerilla desde lo razonable —desde lo serio—, y para alcanzar la risa ha de saltarse a la torera la valla de la cordura" (Vázquez de Prada, 1976, p. 180).
Sin embargo, la relación del chiste con todos esos conceptos afines y/o complementarios (humor, humorismo, comicidad...), aun siendo evidente, sigue sin ser clara. Y es que nos movemos, en todos los casos, en el terreno de la especulación, y no es ésta precisamente ciencia capaz de imponer el acuerdo entre sus peritos. Razón no le falta, pues, a Pastor Petit (1969, p. 9) cuando afirma, quejoso, que "Los estudios de Bergson, Freud, Carlyle, amén de otras testas no menos sesudas nos han conducido a un pintoresco callejón en el que cada autor trata de vender su punto de vista". Le sobra, incluso; lo cual no impide que nos regale el suyo propio al delimitar las fronteras entre humorismo y comicidad:
Humorismo, queridos lectores, es ni más ni menos que ironía, o sea, burla fina que no hiere porque nace de un corazón sin odio y de una mente en la que cabe la poesía; el humorismo constituye una actitud benévola, refinada y espiritual. El humorista es un sujeto sabio que si de algo peca es de excesivamente humano. Y el humorismo persigue un solo propósito: provocar una sonrisa interior y como una reflexión [...] de una cordial y humanísima filosofía. Por el contrario, la comicidad, lo repetimos, es harina de otro costal; la comicidad es mera bufonería y peca grandemente de indiscreta; la comicidad se basa en el sarcasmo y persigue el ridículo para provocar la risa tan desenfrenada como inconsiderada. (Ibídem, pp. 12-13)
Y es que los seres humanos, además de dados a la especulación, somos, sin duda, contradictorios, individualistas y muy aficionados a matizar. Y seguramente por ello difícilmente asumimos "ce por be" todo lo que otro u otros han dicho o pensado (con toda su razón) antes, por más sensato (o insensato) que pueda parecernos. A estas alturas de exposición de nuestro propio punto de vista particular (¡uno más!, podrá decirse el sufrido lector), ya no hace falta decir que tampoco estamos de acuerdo con el punto de vista de Pastor Petit ni aceptamos el tajante divorcio legislado entre "humorismo-ironía-sonrisa (reflexiva, cordial)" y "comicidad-sarcasmo-risa (bufona, indiscreta, desenfrenada, inconsiderada)".
En lo que atañe al chiste, humor, humorismo y comicidad son aspectos que aparecen en él entrelazados, y risa y sonrisa no tienen por qué ser incompatibles; los consideramos grados distintos de la reacción (personal) posible programada en el chiste y ante él experimentada; la ironía, en cambio, es "meramente una figura retórica, un artificio", un procedimiento, una técnica, un recurso expresivo, uno de los muchos que el humor puede utilizar para manifestarse, pero en modo alguno el más importante y mucho menos el único posible, como parece sugerir Pastor Petit. Suscribimos más bien —y no sin matizaciones, en la medida en que contraponen "humor" y "chiste", en vez de englobar, como hacemos nosotros, éste dentro de aquél— las palabras de Wenceslao Fernández Flórez (1945, p. 14; las cursivas son nuestras):
El humor puede hacer reír y puede no hacer reír, sin dejar de ser humor, porque no es eso precisamente lo que se propone, a diferencia del chiste, cuyo éxito culmina en la carcajada. El humor se dirige en la mayor parte de los casos al sentimiento (como el chiste al entendimiento), y cuando, refiriéndose a él, se habla del ingenio, se le empequeñece, porque el humor está por encima de esta cualidad.
Si con el chiste reímos (o sonreímos) es, entre otras cosas, porque éste pone en marcha ciertos recursos de humor dirigidos —lo veremos luego más despacio— al "entendimiento" con la clara intención de resultar cómico. No nos parece, pues, desencaminado Fischer (apud Freud, 1967, pp. 825-826) cuando describe al chiste precisamente como "juicio generador del contraste cómico"; y Freud señala sagazmente en él, entre otras, una peculiaridad que lo diferencia de lo meramente cómico: "lo cómico puede ser gozado aisladamente allí donde surge ante nosotros. En cambio, nos vemos obligados a comunicar el chiste"(7).
Se trata, obviamente, de un subgénero humorístico intencional, que tiene, como tal, resultados cómicos y precisa cumplir unas determinadas reglas para ser realizado con éxito. Pero no toda manifestación humorística constituye "chiste", ni todo chiste refleja de la misma manera lo que llamamos "humor". Precisamente del conjunto de ese universo pragmático de discurso en que se inserta nacen sus características peculiares, que le confieren su identidad y su sentido. A profundizar un poco en estas cuestiones dedicaremos las próximas páginas.

2. El chiste como texto



En el marco de una tipología general de discursos, el chiste es un subgénero humorístico y pseudoliterario, que se mueve habitualmente en el terreno de la ficción y se define por su función lúdica, su intencionalidad cómica, su brevedad, su efecto-sorpresa y su "cierre" previsto. El conjunto de todas estas características hace del chiste, por un lado, algo diferente de cualquiera de los otros subgéneros humorísticos o cómicos que existen; y es seguramente, por otro, el principal responsable de su éxito social y de su constante presencia en nuestras conversaciones y lecturas. Sin desdeñar, naturalmente, los inestimables efectos salutíferos que —al parecer— se derivan de su uso:
[La risa] consiste, en gran parte, en una interrupción del ritmo natural del proceso respiratorio, que se traduce en una serie de movimientos cortos y espasmódicos de expiración, precedidos de una inspiración especialmente enérgica y profunda, aunque poco marcada o visible. La alternancia especial de estos dos actos (inspiración profunda-expiración prolongada) tiene por efecto acelerar la circulación y asegurar a la sangre una oxigenación más completa, así como aliviar el cerebro activando los movimientos de la sangre a través de los pequeños vasos sanguíneos. En este sentido, la risa ejerce una influencia benefactora sobre el organismo, incrementando la actividad vital.(8)
Más aún: si hemos de creer a Alvaro de Laiglesia, que seguramente sabía mucho de esto, la risa "posee, como muchas pueblerinas, dotes misteriosas de curandera. Bruta como es, con poquísima cultura, le basta rozar con los dedos la frente de un triste para devolverle las ganas de vivir"(9).
Como tal "tipo" establecido, el chiste aparece seguramente en todos los idiomas, pues debemos dar por supuesto que todas las culturas son capaces de propiciar la risa —o al menos la sonrisa— en sus usuarios (si bien no todas disponen de un término con que designarlo(10). En este sentido, la risa (o sonrisa) producto del chiste, aunque matizada por factores individuales (de incidencia puntual sobre el acto comunicativo concreto), es "coral", social, conservadora: la reacción lógica (programada y esperada por el emisor) a un determinado efecto de sentido, el cual ha de seguir también, por su parte, unas determinadas reglas de verosimilitud y de coherencia.
La peculiar ejecución de la función lúdica (que describiremos después con más detalle), que deja al chiste al margen de todo (o casi todo) valor argumentativo, junto a su brevedad y al "cierre" previsto que lo caracterizan, nos permite excluir de tal categoría al "dicho espontáneo y gracioso", a la "frase o historieta improvisada", al simple "dicho u ocurrencia aguda y graciosa", al "suceso gracioso y festivo" y a la "burla o chanza", con que se le ha definido con frecuencia(11). Aunque incompleta, la definición de Mª Moliner (1975, s.v.) es probablemente la más respetuosa con las peculiaridades del "género": "frase, cuento breve o historieta relatada o dibujada que contiene algún doble sentido, alguna alusión burlesca, algún disparate, etc., que provocan risa".
Por una parte, el chiste no es un suceso (frente a conceptos como "burla", "chanza", "humorada", "guasa", "chuscada", "gansada", "chirigota", "cuchufleta"...), sino —como ya hemos explicado— un texto (oral o gráfico); por otra, tampoco surge espontánea e improvisadamente (frente a "gracia", "agudeza", "ingeniosidad", "salida", "ocurrencia"...), puesto que existe ya (desde su concepción, con su "cierre" previsto) como pre-texto antes de su actualización y presenta además una peculiar tendencia a la fijación (en el contenido, pero no estrictamente en la forma). En propiedad, el chiste no "se hace": se cuenta (por medios lingüísticos o gráficos). Ni siquiera "se dice": se cuenta, se re-produce para otros, y sólo entonces tiene pleno sentido.
Breve, como el chiste, la anécdota "se cuenta" también, pero se establece sobre el plano de la realidad (sucesos o rasgos reales de seres reales), se suele identificar su origen y no siempre persigue la comicidad, sino que es, con frecuencia, una simple curiosidad más o menos aleccionadora:
* Como dice Antonio, el del comedor: "¿Queréis un poquito más de leche?... Depende de qué teta sea..."
* (Atribuida a P. Muñoz Seca, en su fusilamiento)Podéis quitarme todo, menos el miedo.
Y tiene en común con el chiste otra peculiaridad: tampoco se toma en serio. El auténtico valor de la anécdota reside en la oportunidad y el ingenio con que, en su momento, aconteció lo que en ella se cuenta (más, sin duda, que en la oportunidad de su narración). Socialmente, no se concede de hecho especial importancia o trascendencia a su "fondo". La anécdota tiene, como el chiste oral (sobre todo el chiste oral popular), bula. Podemos permitirnos contarla (o disfrutarla) sin sonrojo ("agua pasada no mueve molino", dice el refrán) y, normalmente, sin consecuencias. El médico (en este caso, de La Paz), no ofende a su paciente (un jubilado) cuando publica en un libro-recopilación la anécdota con él vivida:
—¿Padece usted alguna enfermedad?
—Sí, de cervicales.
—Y su tensión, ¿qué tal?
—Cuarenta y cinco mil pesetas al mes, doctor.(12)
Y aunque pueda parecer algo más "comprometida", una anécdota como la que sigue, narrada por el profesor Emilio Náñez (1984, p. 126), se puede considerar, en todos los sentidos, también inofensiva:
* Recuerdo que haciendo la milicia en el campamento de Robledo, próximo a La Granja de San Ildefonso, por las mañanas, después del toque de diana y pasar lista, en vez de ir a las letrinas, todo el mundo procuraba ahorrarse la caminata, burlando la vigilancia de los oficiales, y quedarse detrás de las tiendas de campaña haciendo la primera micción del día. Siempre había alguno con afán de mando que gritaba las palabras que ya eran el ritual: ¡desenfunden, descapullen, presenten, méen! Como tal acto coincidiía con el de izar la bandera en el cuerpo de guardia, de donde llegaban las notas de la corneta, la enseña recibía sin duda el más viril homenaje que, dadas las circunstancias, podíamos ofrecerle. Eran los veranos de 1947 y 1948.
El chascarrillo es, de todos, sin duda el término de significado más próximo a chiste (pero sólo a chiste oral), al menos si creemos al diccionario: "cuento breve y gracioso" (J. Casares), "anécdota ligera y picante o frase de sentido equívoco y gracioso" (El pequeño Espasa), "cuentecillo o narración que contiene un chiste" (María Moliner). Sin embargo, parece claro que al que sabe muchos chascarrillos y los cuenta muy bien, difícilmente le atribuiríamos el conocimiento de muchos chistes o diríamos de él que es "muy chistoso" (nos limitaríamos a decir, probablemente, que es "muy gracioso").
Aunque ambos "se cuentan" y ambos son breves, en la conciencia del hablante medio, chascarrillo y chiste son dos cosas bien distintas: en realidad, para muchos, jóvenes sobre todo, el chascarrillo no existe (y me atrevo a poner esa frontera, intuitivamente, en torno a los 40 años)(13). Algunos ejemplos (requeridos a mi padre, que conserva su retahíla particular de chascarrillos(14) y que difícilmente los confundiría con chistes(15)) pueden ayudarnos a fijar los límites entre ambos términos:
* Cuando yo tenía dinero me llamaban don Tomás, ahora que no tengo cuartos me llaman Tomás na más.
* Hay cosas que al parecer parecen ser y no siendo, y otras hay que se están viendo y no se pueden creer.
* Si dicen, que dizan; ¡mientras no hazan...!
* Dichoso y afortunado el que con cuernos tropieza, pues arrastra con los pies lo que otros con la cabeza.
* El amor de las mujeres es como el de las gallinas, que en faltando el gallo padre, a cualquier pollo se arriman.
* ¿Sabes lo que te digo, Fulanito? Que la que a ti te lo dé y a mí me lo cate, muchas ganas tiene que tener de chocolate...
* Hay tantos gustos como culos, que cada uno tiene el suyo.
* Con una misa y un guarro hay pa un año: la misa sobra y del guarro falta
* [Léanse como palabras los signos de puntuación que aparezcan] La niña que gaste . y no tenga con qué , tiene que vender el . para que con el . ,
Más cercano —como puede apreciarse— al refrán que al chiste oral, de carácter popular como ellos, el chascarrillo es un dicho ingenioso (por muy distintos motivos a veces) que está fijado en forma y contenido, e incluso emplea con frecuencia, como en algunos de los ejemplos, la rima mnemotécnica; pero no necesariamente: chascarrillo es también el último citado (sin rima) y lo es, por ejemplo, en gallego, "A chiva, con a alegría, da cos pés no cú". Como el refrán (y frente a lo que ocurre con el chiste), el chascarrillo no suele tener exclusivamente finalidad lúdica (aunque el último de los citados no parece tener ninguna otra), sino que se emplea generalmente sólo cuando, requerido por la ocasión propicia, su sentido se realiza de forma idónea en el contexto comunicativo; por eso algunos, como ocurre con frecuencia con los refranes ("diminutas píldoras mentales de fácil asimilación", en palabras de Acevedo, 1972, p. 13), parecen encerrar una profunda filosofía (popular y de urgencia) de la vida ("Si dicen, que dizan; ¿mientras no hazan...!"). Por su marcado ritmo, los niños suelen canturrearlos con desparpajo desinhibido (sin saber, generalmente, que se trata de chascarrillos):
* Cuando yo fui chiquito / me limpiaban el culito / ahora que soy mayorcito / me lo limpio yo solito";
y, por su popularidad, se pueden insertar fácilmente —como sugiere la definición de María Moliner— en un chiste o anécdota, como éste con que se defendía una amiga de mi niñez pueblerina, llamada Juana, contra quien se atreviera a ponerle la coletilla de "la loca"(16):
* Juana la loca / tiene una toca / llena de mierda / para tu boca.
El chascarrillo, en el que todo está explícito, carece además de efecto-sorpresa, algo que hemos considerado esencial en el chiste. Y mientras aquél es tanto más apreciado cuanto más veces oído (o leído) y antes reconocido, el chiste "conlleva sorpresa y extrañamiento y, por consiguiente, pierde toda o gran parte de su comicidad cuando es repetido" (Martín Fdez., 1988, p. 1245). Más que por repetido —creemos—, por reconocido o recordado, pues hay personas (yo misma, sin buscar más lejos) a quienes los chistes siempre les parecen nuevos.
Pero esta delimitación no excluye, naturalmente, de forma definitiva al chiste. Porque lo que nace al hilo del discurso como simple ocurrencia o gracia individual puede, convenientemente manipulado y adecuadamente contextualizado, convertirse en chiste e incorporarse como tal a los canales de difusión habituales. Y a la inversa: un determinado hallazgo expresivo en el chiste puede pasar al lenguaje común (con la consiguiente pérdida de conciencia de su origen(17), y el ingenio individual puede hacer pasar como anécdota o como ocurrencia personal lo que ha sido originariamente chiste:
* Un buen amigo mío, dice: Si tendré mala suerte, que el otro día me senté en el pajar y me clavé la aguja
(J.L. Coll, Tele 5, "Hablando se entiende la gente", 1-2-91)
Para hacerlo, basta, como puede verse, con situarlo para el hablante en el plano de la realidad, de los "hechos recordados" en vez de los "hechos contados". Del mismo modo, el hallazgo ingenioso o el chiste pueden inscribirse "de facto" en la realidad haciéndolos "vivir" en vez de "contándolos" simplemente; puede hacerse, por ejemplo(18), preguntando a los diversos profesores de Letras reunidos en un determinado lugar algo que, en teoría, deberían saber:
* ¿En qué tiempo está "no tendría que haberse roto"?
y proporcionándoles, después de haberles dejado discurrir (y discutir) acerca de la dificultad que la presencia de la doble perífrasis verbal entrañaba para el análisis, la respuesta "correcta":
* Preservativo imperfecto.
Por lo demás, como puede verse, de un subgénero humorístico se pasa con facilidad (y con frecuencia imperceptiblemente), por asociación, a otro. Asociándola con la anécdota del fusilamiento de Muñoz Seca (mencionada más arriba), Julio Cebrián cuenta otra similar de San Lorenzo (santo que da nombre a El Escorial, en cuyos cursos de verano nos encontrábamos en julio pasado), que, en la parrilla de martirio, dice a sus verdugos:
"Ya estoy por este lao, dadme la vuelta";
Forges, participante también en el coloquio, reacciona con un ¡Era un chuleta!; y entre risas generalizadas, alguien del público, a mi lado, exclama: Nunca mejor dicho: a la plancha. Y, además, no siempre se podría decir qué fue antes. Así, por ejemplo, se expresaba el popular señor Casamajó, en comentario al origen africano (camerunés) de una invitada a su programa radiofónico (22-5-90):
* —Allí [en Camerún] a las tías buenas no las llaman tías buenas
—¿Cómo las llaman?
—Tías buanas, ¡puñetas!
Pudo ser, sin duda, una ocurrencia del señor Casamajó, aunque la complicidad mostrada por el otro locutor (con su pregunta) parece denunciar un origen "chistoso" conocido de antemano. En cualquier caso, si no lo fuera, podríamos desde ahora presentarlo como tal, por ejemplo así:
* ¿Cómo llaman en Africa a las tías guay?: Tías buanas...
Además del simple error comunicativo inducido por el contexto o por simple ignorancia:
* Para formular [sic] el historial clínico, el médico pregunta al enfermo:
—¿Nombre?
—Engracia.
—¿Edad?
—Cuarenta y cinco años.
—¿Sexo?
—Tres veces por semana, doctor.(19)
* ¿Qué es la vía láctea?
La zona donde más leche se obtiene(20),
error, por lo demás, perfectamente útil para ser recreado por el chiste:
* Se encuentran dos amigos. El uno le dice al otro:
Diu "Oye", diu "me he enterado de que estuviste en Andorra..."
Diu "Sí..." Diu: "Por cierto", diu "es un valle precioso..."
Diu: "¿Y qué tal las andorranas?"
Diu "Bien", diu "me operaron el año pasado y no me han vuelto a molestar más, ¡oye!"
(Eugenio, Tele 5, "Vip Noche", 1991),
además —decía—, ciertas expresiones (creaciones léxicas casi siempre), surgidas espontáneamente por necesidad discursiva, se encuentran también, por la comicidad resultante, cerca del chiste; y su reproducción premeditada, con voluntad cómica, podría convertirlas con facilidad en chiste popular. Veamos algunas, recogidas de la lengua coloquial :
* —A ver qué haces con esa gente... [alumnos muy atrasados]
—Pues tomar anevaluatorios... Como decía un amigo mío: "Aquí es absolutamente imprescindible el anevaluatorio" [evaluación> anevaluatorio; cp. ovulación> anovulatorio]
* (A)— Mi mujer...
(B)— ...se ha muerto jugando al tenis, con la raqueta en la mano...
(C)— ¡De un raquetismo...!
(B)— De un raquetismo... ¡Muy bueno!
* —Ahora sólo falta que se quede embarazada por un fallo...
—Por un follo, porque fallo no se sabe si ha sido.
* El 17 de abril de este año (1991), una diputada del Partido Popular se queja, en el pleno del Congreso, de la reciente subida de las tarifas telefónicas, que duplica el coste del primer paso en las llamadas urbanas: "[Señor Ministro,] siempre hemos oído hablar del bolero de Ravel; ahora tenemos que aguantar el paso-doble de Borrel".
(dejo a la imaginación y experiencia del lector su posible transformación en chiste).
Chiste, anécdota y chascarrillo comparten, en todo caso, su origen (generalmente anónimo) y su carácter lúdico, que los convierte con frecuencia en atractivo recurso de comunicación. De los tres, el chiste es, por su forma (no estereotipada) y su contenido (ficticio), sin duda el subgénero más "abierto" y, por ello —como veremos— el más idóneo para asimilar el elemento cómico, cualquiera que sea su procedencia; y el más popular, tanto en su vertiente oral como en la gráfica.

3. Fundamentos pragmáticos del chiste


El chiste remite, generalmente, a un saber compartido y reconocido por los comunicantes sobre el mundo que se inserta en el interior del propio discurso. Se instaura así entre ambos (emisor y destinatario, singular o colectivo) una especie de acuerdo-cooperación sobre
a) el tipo de discurso que se establece y utiliza,
b) el mundo de que se habla, y
c) el mundo en que se habla.
De este modo, la coherencia semántico-textual y estructural del chiste pone siempre de relieve un determinado conjunto de presuposiciones y un conjunto de conclusiones que se pueden inferir de éstas: el significado "literal" es sólo una parte de lo comunicado, y el sentido realizado no siempre (en realidad, pocas veces) coincide con el significado emitido. Se produce ante el chiste una espontánea adecuación contextual entre texto, emisor y receptor(es) que permite, más allá de la simple comprensión del mensaje, una cierta "comunión" o complicidad afectiva ante él. De este modo, podemos sorprendernos a nosotros mismos riéndonos de nuestros más arraigados tabúes o principios, de los disparates más insospechados y hasta de manifiestas crueldades, presentados ante nosotros, mediante el recurso de la ficción, con el único objetivo de provocar nuestra hilaridad.
De hecho, el desconocimiento de cualquiera de las condiciones mencionadas podría impedir el éxito del acto comunicativo. Así, cuando se cuenta, por ejemplo, el siguiente chiste:
* ¿Cómo salvarías a una mujer que fuera violada por cinco negros? ...Dice... Echándoles un balón de baloncesto...,
la comunicación podría verse frustrada y reducida al absurdo (lo cual no suele ocurrir en estas circunstancias, al menos entre hablantes del mismo idioma o hijos de la misma cultura):
a) si llegara a pensarse que se está proponiendo formalmente al interlocutor un medio para salvar a una mujer (el chiste no especifica si negra o blanca) de una posible violación: desconocimiento del tipo de discurso que se ha utilizado;
b) si se ignora la gran afición de los negros por este deporte, su destreza en él y el prestigio internacional que ésta les ha granjeado (cualquier niño español sabe que los más cotizados jugadores de la NBA(21) son negros): tal desconocimiento del mundo de que se habla restaría al chiste toda su gracia y tornaría en lógicamente incomprensible el empleo de una simple pelota de baloncesto como arma arrojadiza contra violadores;
c) o/y si el destinatario desconoce que un chiste de estas características, en España, en modo alguno implicaría que quien lo dice resta frívolamente importancia a la violación femenina o es él mismo racista (porque el chiste, sin duda, lo es) y considera a los (hombres) negros agresivos y violentos, por un lado, y pueriles y estúpidos, por otro: tal desconocimiento del mundo en que se habla provocaría en el receptor un rechazo o una adhesión al juicio implícito en la proferencia que serían, en todo caso, inadecuados.
En efecto, el chiste se presenta generalmente como un puro juego social de ingenio (realizado por medios lingüísticos o gráficos), un "juicio desinteresado" —en palabras de Fischer(22)—, que divierte a quien lo transmite y pretende divertir (o, como diría Freud, provocar el placer del humorismo) a aquel a quien va destinado. Es, pues, ante todo, un mensaje lúdico, cuya actualización (como tal juego) "se distingue por el ejercicio de una actividad: a) gratuita, sin finalidades segundas; b) libremente, sin coacción, aunque no sin ajustarse a reglas, y c) como algo fuera de los usos habituales, algo que se entienda como licencia o escape"(23). La actividad lúdica es, pues, libre, superflua, desinteresada; se agota en sí misma, posee sus propias reglas, su propio espacio y su propio tiempo; no es o no se considera amenazante, le interesan más los medios que los fines y constituye fuente de placer. El chiste es, creemos, ejemplo muy representativo de este tipo de actividad, que se desarrolla normalmente (no en el caso del juego del bebé, p.e.) con finalidad cómica.
Su grado de aceptabilidad pragmática (adecuación contextual del acto comunicativo) y su correcta interpretación están —como hemos visto— directamente vinculados con el conocimiento de esa otra información adicional, implícita, que se superpone a la información lingüística o gráficamente codificada y que actúa, a su vez, como contexto común a ella.
En general, el destinatario identifica inmediatamente y sin dificultad el universo de discurso en el que la emisión, en un momento dado, se inserta: ese sistema universal de significaciones al que pertenece todo discurso (con un papel equivalente al de los "géneros" en que se inscriben los mensajes literarios), que, por un lado, determina su validez y su sentido y, por otro, crea expectativas en el receptor y le proporciona datos que le ayudan a interpretarlo. Gracias a ello, no se parte del sobreentendido (usual en los actos normales de comunicación) que supone que el emisor está, en la medida de lo posible, conforme con lo transmitido; bien al contrario: ante el chiste (al menos por lo que respecta al chiste oral), el receptor se limita a suponer que el emisor está de acuerdo sólo con decirlo (actividad lúdica) y no necesariamente con lo dicho (con el contenido frívolo y racista, en nuestro ejemplo).
A este conocimiento implícito del "universo de discurso" en que se inserta el chiste, habría que añadir el conocimiento y la experiencia que poseen los comunicantes, así como el contexto inmediato en que se halla inmersa la información y, sobre todo, el acervo de creencias que, durante su interacción comunicativa, comparten los co-participantes; pues todo ello, que constituye el llamado universo pragmático del discurso, es también determinante de su valor, su sentido y su éxito: la hilaridad del receptor.
Todo esto no quiere decir, claro está, que esté libre de connotaciones sociales (y psicológicas) ni que todo chiste haya de ser, por necesidad, del género "inocente", al menos en la medida en que "cada comunidad, raza o tribu, presenta rasgos caracterológicos distintos, también su sentido del humor responde a esquemas mentales diferentes" (Pastor Petit, 1969, p. 11) y en que —como afirma Freud— "cada chiste exige su público especial, y el reír de los mismos chistes prueba una amplia coincidencia psíquica" (1967, pp. 892-893). De ahí que con frecuencia distingamos diferentes tipos de humor según la idiosincrasia de los pueblos; decimos, por ejemplo, que en España, el humor mediterráneo es más sensual, el de los aragoneses más vital, más irónico el de los gallegos, etc. De hecho, éste mismo de nuestro ejemplo perdería probablemente toda esa inocencia que le he atribuido en España si fuera contado en Sudáfrica: es evidente que no todos nos reímos de las mismas cosas ni intentamos hacer reír con los mismos motivos, y el dato no deja de ser significativo (de ahí la necesidad de conocer, como decíamos, el mundo en que se habla).
Freud distingue entre el chiste inocente o abstracto, que es "el que tiene en sí mismo su fin, y no se halla al servicio de intención determinada alguna" (el que está destinado —dice en otro lugar— a robustecer el pensamiento), y el que "se pone al servicio de tal intención, convirtiéndose en tendencioso" (que puede ser, fundamentalmente, de tres tipos: obsceno, agresivo u hostil, y cínico)(24). Y aunque estamos, en principio, de acuerdo con él en que "sólo aquellos chistes que poseen una tendencia corren el peligro de tropezar con personas para las que sea desagradable escucharlos" (p. 862), creemos que es preciso matizar estas afirmaciones, al menos en lo relativo al chiste oral (y en lo que nosotros entendemos por "chiste", que no coincide, como ya hemos advertido, con el concepto de Freud).
Además de con los condicionamientos puramente sociales, hay que contar también con los obstáculos puntuales que puedan interponerse entre emisor y receptor en su acto concreto de comunicación. El chiste que nos ha servido de ejemplo ("¿Cómo salvarías a una mujer...?") no presentaba inicialmente más intención que la puramente lúdica de obligar (aunque de forma inusual, inesperada) a la asociación "negros-ases del baloncesto"; su sentido se hubiera realizado igualmente completo si la persona atacada fuera hombre en vez de mujer, o si la agresión fuera atraco o simple ataque no especificado en vez de "violación", o si presentara a los "cinco negros" ineludiblemente concentrados en cualquier otra actividad no agresiva. Sin embargo, y precisamente por ello, este chiste se encuentra tan lejos de ser "tendencioso" (en el lugar y momento en que fue contado) como de "robustecer el pensamiento" si éste no es "robusto" ya de antemano (en cuyo caso la "gracia" resultaría incomprensible).
A primera vista, el chiste, "juicio desinteresado" y "generador del contraste cómico" según Fischer, necesita un planteamiento en el que se identifique de forma inmediata a sus "cinco negros" en un papel caracterizador que permita comprender su abandono de una actividad en la que concentran todo su interés por otra "instintivamente" más atractiva aún para ellos: en este sentido, la ficción del chiste parece adecuadamente planteada y desarrollada. Nos hemos reído con ella, espontáneamente, sin pensar en su posible "racismo" ni en la violencia de la agresión (tan claramente percibida en la lectura). Y lo hemos hecho las mismas personas a las que no nos haría maldita la gracia un chiste así si se lo oyéramos contar a alguien que de antemano no nos cae bien porque lo consideramos racista, o que nos horrorizaríamos si supiéramos que se está contando ante alguien que ha pasado por la traumática experiencia de una violación.
De este modo, "el contexto puede sugerir implicaciones significativas a través de la experiencia" (Lamíquiz, 1969, p. 31); por acción de las posibles connotaciones sociales y/o psicológicas, que implicarían afectivamente a cualquiera de los comunicantes en lo dicho, un chiste inicialmente no tendencioso (ni obsceno ni hostil ni cínico) se convierte en "desagradable". Y en este caso, el que hemos descrito como un mecanismo puramente intelectual (el humor) choca con una carga afectiva (negativa) tan poderosa, que contrarresta la experiencia lúdica del chiste y puede incluso dar lugar a efectos contrarios a los perseguidos.
Escribo esto cuando periódicos e informativos audiovisuales destacan en sus titulares intranquilizadores brotes de racismo (sobre todo de "antigitanismo") y xenofobia en nuestra sociedad. No se trata aquí de enjuiciar nuestro comportamiento ético. Cuando argumento que un chiste como éste de nuestro ejemplo es "racista", pero esto no implica hoy por hoy en España que quien lo cuenta lo sea también, no hago más que intentar deslindar en él sus posibles connotaciones sociales y psicológicas de su función lúdica, la predominante en todo chiste. Hasta qué punto sean realmente deslindables es ya otro cantar. Estoy utilizando en último término, en estas justificaciones, el punto de vista de alguien que no es ni de raza negra ni de raza gitana. Probablemente, si perteneciera a alguna de estas minorías étnicas, no me reiría con un chiste así, incluso si no viera en el otro "tendenciosidad" en el hecho de contarlo (¿o sí me reiría?). Quizá dentro de algún tiempo, sensibilizados de verdad los españoles (como sociedad) ante la marginación gitana en nuestro país, ninguno de nosotros se atreva a contar chistes de gitanos (o de negros, o de judíos...) sin temor (o deseo) de resultar "tendencioso". Porque sabríamos entonces que sólo unos pocos disfrutarían de este tipo de chistes: aquellos que, implicados ideológicamente en la misma intención que el narrador, se adhieran al juicio (o prejuicio) transmitido por éste en el chiste. Seguramente por eso el chiste que, con Freud, hemos llamado "tendencioso" no abunda (al menos en el terreno de lo oral; habría que matizar esta afirmación en el terreno de lo escrito y de lo gráfico): porque lo normal (y lo mejor aceptado socialmente) es que el chiste tenga "en sí mismo su fin" y no se halle al servicio de intención determinada alguna que trascienda su voluntad cómica.
Todo es, en fin, en el terreno de la convivencia social, más complicado de lo que a primera vista puede parecer; y el chiste no es una excepción. En realidad, el que lo consideremos fundamentalmente como juego social responde sobre todo al carácter en general intrascendente del chiste. Pensamos, como Fernando Lázaro Carreter, que el humor, y particularmente el humor lúdico (y el chiste),
se complace en la transgresión de lo racional sin propósito de cambiarlo; sólo se sale de las casillas por el gusto de estar fuera un rato. Remueve los asientos de la razón o del hábito en que nos sentimos confortables, sin propósito de quebrarles la pata. Aquella transgresión ocasional no cuestiona lo transgredido. Es una actividad intransitiva. (1988, p. 41)
"Si [el humor] fuese serio, influyente, determinante..., sencillamente perdería su libertad, su inventiva, su capacidad... Desaparecería" (Máximo(25)); sólo excepcionalmente, y casi siempre en medios gráficos y periodísticos (chiste gráfico de actualidad), presenta voluntad crítica o aleccionadora(26). Entre los orales, he documentado hasta ahora sólo uno, presentado previamente por su emisor como "chiste filosófico con moraleja":
* Bueno, pues esto es un ratón que... está siendo perseguido por un gato... Va corriendo por la selva, se encuentra con un elefante. Y dice al elefante: "Oye, escóndeme, ayúdame, haz lo que sea, pero que viene el gato detrás". Dice el elefante, dice: "Vale, ponte detrás". Se pone detrás del elefante, le suelta una cagada..., pero de la cagada sobresale el rabo del ratón. Al ratito llega el gato:
—Oye, ¿has visto un ratón que corría por aquí?
—No, no he visto nada...
Empieza el gato a dar vueltas..., ve la cagada detrás... y el rabo que sobresale... El gato no se lo piensa, se tira en plancha... ¡zas!: se lo come. Moraleja: primera) Se te pueden cagar encima con buena intención... [risas]; segunda) Te pueden sacar de la mierda con mala intención.... [risas]; tercera) Si estás hundido en la mierda, procura esconder el rabo [risas].
Pero incluso en casos como éste, salvo excepciones, ni las moralejas ni la intencionalidad comprometen directamente a los participantes: están, más bien, al servicio del impulso lúdico de este tipo de actos y del "ingenio" que los caracteriza(27).
Y es que quizá, mejor que de chiste inocente y tendencioso, convendría hablar —como hace Iván Tubau (1987, p. 99) respecto del humor gráfico— de humor puro y de humor crítico: "El humor puro sería el que toma como base la 'invención' humorística desvinculada (absoluta o parcialmente) de la observación de la realidad; el humor crítico sería el que constituye en mayor o menor medida una radiografía subjetiva e intencionada de la vida del país (o del mundo)". Sin desdeñar, naturalmente, la clasificación popular que les atribuye simbólicamente color: chiste blanco, chiste verde, chiste (de humor) negro, chiste marrón. Ni esa otra más moralista (y, por ello, también menos defendible) que distingue entre chiste púdico e impúdico. Ni aquella que los divide intuitivamente en chistes buenos y chistes malos, negando la evidencia: que, en realidad, generalmente "los chistes malos no son malos como tales chistes; esto es, no son incapaces de producir placer"(28). Ni cualquiera otra que pudiera añadir el lector, tan parcial, intuitiva e interesante como las mencionadas.
En último término, los criterios que determinan si lo que ofrece un chiste (o un humorista) se juzgará como bueno, malo o indiferente, serán siempre en parte una cuestión de preferencia personal e histórico-social, y dependerán en gran medida del estilo y de la técnica del que lo cuenta (algo mucho más evidente en el humorismo profesional que en el popular).

4. Hacia una clasificación (todavía provisional) del chiste

En sentido amplio, y dentro todavía de lo que viene siendo tradicional, podríamos hablar, en principio, de dos tipos fundamentales de chistes:
a) los que constituyen por sí mismos un "texto" (breve y autosuficiente) de antemano fijado (en sus aspectos temáticos y de contenido, no necesariamente en los formales), que se reproduce para otros, al servicio sólo de la función lúdica: son los chistes humorísticos (o chistes propiamente dichos, los que estudiaremos aquí);
b) y los que podríamos denominar provisionalmente chistes de humor (no pre-fijados, y también breves) porque son creaciones espontáneas (improvisadas) o estilísticas, con intencionalidad cómica también (más o menos consciente), pero al servicio de la comunicación intersubjetiva o del texto (generalmente literario) en que se inscriben, que tienen, en cada caso, otras finalidades e implican otras muy diferentes relaciones entre emisor-destinatario y texto-receptor.
Entre éstos que hemos llamado "de humor", estarían las creaciones coloquiales (surgidas al hilo de la conversación, aunque presentadas aquí aisladas de su contexto "natural") que hemos citado más atrás; y ejemplos como éstos, de muy distinto signo, que tomamos de los personajes de la novela Tres tristes tigres (Guillermo Cabrera Infante, Seix Barral, Barcelona, 1971), cuya comicidad no pasará seguramente inadvertida al lector:
* [...] porque Bustrófedon era tan enemigo del matrimonio (mártirmonio decía él) como amigo de las casadas, perfectas o imperfectas [...] (p. 213)
* [...] Arsenio Cué solamente, que organizó un sonido rugiente mientras daba un corte para evitar arrollar a un hombre gordo. El pesado peatón se aligeró por el susto y ganó la acera o perdió la calle de un brinco y quedó en el contén haciendo giros, cabriolas [...] (p. 368)
* —[...] Pero te voy a hacer una cita penúltima. Tú la recuerdas —no me preguntaba, me decía—. "C'est qu'il y a de tragique dans la Mort, c'est qu'elle transforme notre vie en destin".
—Es bien conocida —dije con Sorna. En estos casos procuro no estar solo (p. 342).
Aunque no disponemos de término con que nombrar este tipo de creaciones lúdicas (ni en su vertiente espontánea ni en ésta, estilística) y hemos utilizado el de "chiste", con el que el pueblo designa a todo enunciado breve que le mueve a reacción cómica, se entiende que éstas no constituyen, para nosotros, chiste propiamente dicho.
Cuatro son, en resumen, los criterios que nos permitirán indagar en las múltiples manifestaciones de humor lúdico que existen cuáles constituyen (o no) chiste:
a) brevedad,
b) autosuficiencia semántica,
c) fijación-reproducción (ficción),
d) función exclusivamente lúdica.
No hace falta decir que estas cuatro condiciones de textualidad conviven simultáneamente en el chiste sin estorbarse ni —lo que es más importante— impedir, llegado el caso, la creatividad del que lo actualiza.
Lógicamente, la variación, la heterogeneidad surge de la necesidad de adaptar el tipo establecido de texto (chiste) a los requerimientos diversos de la actividad comunicativa. Entre sus principios de funcionamiento tienen capital importancia la incidencia del canal, la del contexto y las estrategias discursivas; todo ello justifica el modo específico en que el chiste manipula y se vale preferentemente de unas determinadas categorías lingüísticas o gráficas, de ciertos procedimientos técnicos propios y de unos medios de presentación fuertemente caracterizados.
Atendiendo a la incidencia del canal, podemos distinguir tres tipos básicos de chiste (al servicio de la actividad lúdica): oral, gráfico (pictórico-lingüístico o verbal ilustrado; prescindimos en este estudio del chiste que se vale exclusivamente de la imagen) y escrito. Cada uno de estos tipos define, a su vez, sus propios subtipos, atendiendo a otros factores de interés. Por ejemplo, el chiste gráfico, que aparece normalmente firmado, marcará sus diferencias en criterios como el medio de difusión empleado (tebeo, diario, revista...), la actualidad, la temática, la fuente de inspiración, la extensión, la relación dibujo-texto, la calidad del dibujo, su mayor o menor inspiración en el cómic, los mecanismos de manipulación lingüística, la estilística peculiar de su autor, etc., todo lo cual hace (aun siendo de actualidad ambos) muy diferentes a los dos chistes que siguen:

Del mismo modo, el chiste oral (con o sin soporte gestual), aun participando inevitablemente de las características del registro verbal oral, presentará notables diferencias si es contado por un "humorista" (chiste oral profesional) o forma parte de una de nuestras charlas cotidianas (chiste oral popular). Y, a mitad de camino de la creación consciente (chiste gráfico) y de la recreación (formalmente improvisada o no, del chiste oral), el chiste escrito reproduce con frecuencia, sin pretensiones estilísticas, al oral, pero ha de usar necesariamente sus propios recursos (gráficos, contextuales), y esto, sin duda, lo hará también formalmente diferente a aquéllos.
De este modo, aunque necesitada todavía de no pocas matizaciones (de ahí su provisionalidad), una clasificación así nos permitirá establecer criterios metodológicos con los que integrar coherentemente en el conjunto el estudio de los diferentes tipos de chiste, con lo que tienen en común y lo que como peculiaridad los caracteriza.

Notas


(1) En el coloquio informal que siguió a sus intervenciones en los cursos de verano de la Universidad Complutense (El humor en serio, 9 julio 1991).
(2) El entrecomillado reproduce la definición que El pequeño Espasa (Madrid, Espasa-Calpe, 1988) da de "humorismo", de todas las vistas, la más cercana al uso actual del término. Los distintos participantes en el curso mencionado (El humor en serio) intentaron también, a petición del público, definir lo que es un humorista (ellos mismos), y lo hicieron siempre, intuitivamente, preservando el criterio del "distanciamiento" crítico ante las cosas. Para Mingote, un humorista es (era) "un pesimista que se ríe"; Forges matizó entonces: "un escéptico, no un pesimista"; y para Julio Cebrián, director del curso, en la misma línea, citando a Scott Fitzgerald: "alguien que sabe que las cosas no tienen remedio, pero hay que seguir intentándolo".
(3) Acepciones 2, 3 y 4 del Diccionario de uso del español, de Mª Moliner.
(4) En "El loro: semanario de humor y entretenimiento", Blanco y Negro (semanario de ABC), 27-5-90, p.128.
(5) Tomo esta distinción, adaptándola a nuestro propósito, de Fabiola Morales del Castillo, 1989, p. 4.
(6) Henri Bergson, Le rire. Aunque en español no sería una solución aceptable sistemáticamente, en este caso la traducción de le rire por el reír (en vez de "la risa") hubiera sido más adecuada para expresar la idea de mecanismo o proceso.
(7) Sin embargo, el concepto ("psicológico") que Freud maneja de chiste no coincide con el nuestro ("textual"), sino que es más amplio; y en otros puntos, lógicamente, nuestro análisis se distancia del suyo.
(8) J. Sully, An essay of laughter: its forms, its causes, its development and its value, Longmans, Green & Co., Londres, 1902, citado por H. Bergson, 31970, pp. 594-603 (el fragmento citado está en la pág. 595; la traducción es mía). A describir el efecto de la risa sobre los distintos órganos dedica todo su artículo en "El País Semanal" Pedro de Castro.
(9) Recogido en "50 años de humor español", V, pág.
(10) Un recorrido provisional por los diccionarios de los idiomas más cercanos nos ha permitido saber que en portugués se utiliza, como en español, la palabra chiste (en ciertos contextos, graça); en francés, blague ("raconter une blague"), bon mot, saillie; banc en rumano; barzeletta en italiano (que tiene el término scherzo para "broma"); y tanto en inglés (joke), que designa con pun a la broma verbal, como en alemán (witz), el término es —al parecer— polisémico y sirve para designar tanto la funny story como la funny situation.
(11) Los tres últimos entrecomillados corresponden a las acepciones 1, 3 y 4 que del término da el DRAE (21ª edic., 1992 acabada de imprimir en 1994); el anterior, al comienzo de la definición que da la Enciclopedia Larousse (s.v.): "Frase o historieta improvisada, relatada o dibujada que contiene algún doble sentido, alguna alusión burlesca o algún disparate que provoca risa".
(12) El País, 8 de septiembre de 1991, pág. 2 de la sección "Madrid".
(13) Por lo demás, en gran parte de Andalucía (y seguramente también en otras zonas de España), "chascarrillo" es, sin más, sinónimo de "chiste" tal como lo entendemos aquí (chiste oral popular).
(14) En algunos, como puede verse, se enjuician temas que han perdido ya gran parte de interés para nuestra sociedad.
(15) O con anécdotas o curiosidades, como hace el periodista en el artículo de El País citado, al titular Chascarrillos hospitalarios a la curiosidades recopiladas por los médicos de La Paz en un "anecdotario" que va ya por su segundo volumen.
(16) La reina Juana I de Castilla, llamada "la Loca" porque —según la versión popular que trascendió del cine— enloqueció de amor (la versión histórica es menos romántica), fue hija de los Reyes Católicos, esposa de Felipe el Hermoso y madre de Carlos I.
(17) Así ha ocurrido, por ejemplo, con una comparación que es ya vox populi, pero procede de un chiste de Forges: "Eres más hortera que bailar la música de los telediarios".
(18) Y al contarlo ahora aquí lo convierto, a su vez, en anécdota, pues así lo viví realmente en los Cursos de Verano para Extranjeros de la Universidad de Santander de 1993.
(19) Se trata de una de las anécdotas recopiladas por los médicos de La Paz y citadas en el artículo de El País mencionado.
(20) J. Tapia, Barbaridades en clase, p. 17.
(21) National Basketball Association (Asociación Nacional de Baloncesto), liga profesional norteamericana de baloncesto.
(22) Apud Sigmund Freud, 1967, p. 826.
(23) Francisco Ynduráin, 1974, p. 221. Aunque nosotros hablamos aquí de "actividad lúdica" más que de "función lúdica" (del lenguaje), Ynduráin propone esta nueva función (de la que ya habían hablado otros autores, sin desarrollarla), "aunque con ello se rompa la delicada simetría del cuadro propuesto por Jakobson", sólo para ciertos juegos sonoros lingüísticos en que el contenido es, prácticamente, nulo y hay, por tanto, ausencia de función representativa. Luis Javier Eguren (1987), que centra su trabajo sobre todo en el estudio de la jitanjáfora, profundiza en los postulados de Ynduráin, describe más amplia y detalladamente la actividad lúdica y propone una ampliación de la función del lenguaje correspondiente (véanse, para lo que ahora nos interesa, particularmente pp. 24-26).
(24) Habla también del chiste escéptico, que es el que no ataca persona ni instituciones, "sino la seguridad de nuestro conocimiento mismo, uno de nuestros bienes especulativos" (ibídem). Aunque no está muy claro qué entiende Freud por chiste escéptico, se supone que ésta es una categoría intermedia, que comparte con la del chiste tendencioso su "agresividad" y con el chiste inocente su "abstracción" y poca trascendencia social. Con este sentido, la categoría "chiste escéptico" nos parece útil, sobre todo, para justificar ciertos chistes gráficos (muchos de Máximo, por ejemplo) de difícil explicación.
(25) Son palabras de Máximo, en el coloquio que siguió a su intervención en el ya mencionado curso de verano El humor en serio (Universidad Complutense, El Escorial, 11 julio 1991).
(26) Aunque no es lo usual, al hilo de su crónica en el informativo Entre hoy y mañana (Tele 5) y como cierre de la misma, J.J. Armas Marcelo aprovechaba el 23-9-91 un chiste popular (anunciado como tal) hablando —si no recuerdo mal— de una secta cuyos miembros estaban siendo juzgados: "¿Recuerdan ustedes lo que se decía, en tiempos de Franco, que era una centuria? Cien niños vestidos de idiotas al mando de un idiota vestido de niño".
(27) Esto ha sido, por otra parte, motivo muchas veces para menospreciarlo. Véase, por ejemplo, la despiadada opinión que tiene del chiste Wenceslao Fernández Flórez, sin duda uno de nuestros humoristas literarios más queridos: "La gracia es, sin duda alguna, un don artístico. [...] Nos cautiva cuando lleva dentro una idea, y se nos antoja pueril e inconsiderable cuando no persigue más fines que los propios, presentándose en forma de expresión simplemente festiva, con el afán, vacío, de hacernos reír. Así el chiste. [...] El chiste —que habitualmente consiste en un más o menos feliz juego de palabras— está muy abajo en el subsuelo literario, y si le aludo aquí es únicamente porque mucha gente aberrada le incluye en la categoría del humor, y conviene la repulsa" (El humor en la literatura española, p. 14).
(28) S. Freud, 1967, p. 877, nota al pie. "Aclararé aquí la condición que parece servirnos de norma para declarar que un chiste es 'bueno' o 'malo'. Cuando mediante una palabra de doble sentido o escasamente modificada, nos hemos trasladado, por un brevísimo camino, de un círculo de representaciones a otro, pero sin que entre ambas aparezca simultáneamente una significativa conexión, habremos hecho un 'mal chiste'".

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El presente texto se corresponde con el capítulo I de la obra de Ana Mª Vigara Tauste El chiste y la comunicación lúsica: lenguaje y praxis, Madrid, Ediciones Libertarias, 1994.
© Ana Mª Vigara Tauste 1994, 1998Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid
El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero10/chiste.html