En el marco de una tipología general de discursos, el chiste es un subgénero humorístico y pseudoliterario, que se mueve habitualmente en el terreno de la ficción y se define por su función lúdica, su intencionalidad cómica, su brevedad, su efecto-sorpresa y su "cierre" previsto. El conjunto de todas estas características hace del chiste, por un lado, algo diferente de cualquiera de los otros subgéneros humorísticos o cómicos que existen; y es seguramente, por otro, el principal responsable de su éxito social y de su constante presencia en nuestras conversaciones y lecturas. Sin desdeñar, naturalmente, los inestimables efectos salutíferos que —al parecer— se derivan de su uso:
[La risa] consiste, en gran parte, en una interrupción del ritmo natural del proceso respiratorio, que se traduce en una serie de movimientos cortos y espasmódicos de expiración, precedidos de una inspiración especialmente enérgica y profunda, aunque poco marcada o visible. La alternancia especial de estos dos actos (inspiración profunda-expiración prolongada) tiene por efecto acelerar la circulación y asegurar a la sangre una oxigenación más completa, así como aliviar el cerebro activando los movimientos de la sangre a través de los pequeños vasos sanguíneos. En este sentido, la risa ejerce una influencia benefactora sobre el organismo, incrementando la actividad vital.(8)
Más aún: si hemos de creer a Alvaro de Laiglesia, que seguramente sabía mucho de esto, la risa "posee, como muchas pueblerinas, dotes misteriosas de curandera. Bruta como es, con poquísima cultura, le basta rozar con los dedos la frente de un triste para devolverle las ganas de vivir"(9).
Como tal "tipo" establecido, el chiste aparece seguramente en todos los idiomas, pues debemos dar por supuesto que todas las culturas son capaces de propiciar la risa —o al menos la sonrisa— en sus usuarios (si bien no todas disponen de un término con que designarlo(10). En este sentido, la risa (o sonrisa) producto del chiste, aunque matizada por factores individuales (de incidencia puntual sobre el acto comunicativo concreto), es "coral", social, conservadora: la reacción lógica (programada y esperada por el emisor) a un determinado efecto de sentido, el cual ha de seguir también, por su parte, unas determinadas reglas de verosimilitud y de coherencia.
La peculiar ejecución de la función lúdica (que describiremos después con más detalle), que deja al chiste al margen de todo (o casi todo) valor argumentativo, junto a su brevedad y al "cierre" previsto que lo caracterizan, nos permite excluir de tal categoría al "dicho espontáneo y gracioso", a la "frase o historieta improvisada", al simple "dicho u ocurrencia aguda y graciosa", al "suceso gracioso y festivo" y a la "burla o chanza", con que se le ha definido con frecuencia(11). Aunque incompleta, la definición de Mª Moliner (1975, s.v.) es probablemente la más respetuosa con las peculiaridades del "género": "frase, cuento breve o historieta relatada o dibujada que contiene algún doble sentido, alguna alusión burlesca, algún disparate, etc., que provocan risa".
Por una parte, el chiste no es un suceso (frente a conceptos como "burla", "chanza", "humorada", "guasa", "chuscada", "gansada", "chirigota", "cuchufleta"...), sino —como ya hemos explicado— un texto (oral o gráfico); por otra, tampoco surge espontánea e improvisadamente (frente a "gracia", "agudeza", "ingeniosidad", "salida", "ocurrencia"...), puesto que existe ya (desde su concepción, con su "cierre" previsto) como pre-texto antes de su actualización y presenta además una peculiar tendencia a la fijación (en el contenido, pero no estrictamente en la forma). En propiedad, el chiste no "se hace": se cuenta (por medios lingüísticos o gráficos). Ni siquiera "se dice": se cuenta, se re-produce para otros, y sólo entonces tiene pleno sentido.
Breve, como el chiste, la anécdota "se cuenta" también, pero se establece sobre el plano de la realidad (sucesos o rasgos reales de seres reales), se suele identificar su origen y no siempre persigue la comicidad, sino que es, con frecuencia, una simple curiosidad más o menos aleccionadora:
* Como dice Antonio, el del comedor: "¿Queréis un poquito más de leche?... Depende de qué teta sea..."
* (Atribuida a P. Muñoz Seca, en su fusilamiento)Podéis quitarme todo, menos el miedo.
Y tiene en común con el chiste otra peculiaridad: tampoco se toma en serio. El auténtico valor de la anécdota reside en la oportunidad y el ingenio con que, en su momento, aconteció lo que en ella se cuenta (más, sin duda, que en la oportunidad de su narración). Socialmente, no se concede de hecho especial importancia o trascendencia a su "fondo". La anécdota tiene, como el chiste oral (sobre todo el chiste oral popular), bula. Podemos permitirnos contarla (o disfrutarla) sin sonrojo ("agua pasada no mueve molino", dice el refrán) y, normalmente, sin consecuencias. El médico (en este caso, de La Paz), no ofende a su paciente (un jubilado) cuando publica en un libro-recopilación la anécdota con él vivida:
—¿Padece usted alguna enfermedad?
—Sí, de cervicales.
—Y su tensión, ¿qué tal?
—Cuarenta y cinco mil pesetas al mes, doctor.(12)
Y aunque pueda parecer algo más "comprometida", una anécdota como la que sigue, narrada por el profesor Emilio Náñez (1984, p. 126), se puede considerar, en todos los sentidos, también inofensiva:
* Recuerdo que haciendo la milicia en el campamento de Robledo, próximo a La Granja de San Ildefonso, por las mañanas, después del toque de diana y pasar lista, en vez de ir a las letrinas, todo el mundo procuraba ahorrarse la caminata, burlando la vigilancia de los oficiales, y quedarse detrás de las tiendas de campaña haciendo la primera micción del día. Siempre había alguno con afán de mando que gritaba las palabras que ya eran el ritual: ¡desenfunden, descapullen, presenten, méen! Como tal acto coincidiía con el de izar la bandera en el cuerpo de guardia, de donde llegaban las notas de la corneta, la enseña recibía sin duda el más viril homenaje que, dadas las circunstancias, podíamos ofrecerle. Eran los veranos de 1947 y 1948.
El chascarrillo es, de todos, sin duda el término de significado más próximo a chiste (pero sólo a chiste oral), al menos si creemos al diccionario: "cuento breve y gracioso" (J. Casares), "anécdota ligera y picante o frase de sentido equívoco y gracioso" (El pequeño Espasa), "cuentecillo o narración que contiene un chiste" (María Moliner). Sin embargo, parece claro que al que sabe muchos chascarrillos y los cuenta muy bien, difícilmente le atribuiríamos el conocimiento de muchos chistes o diríamos de él que es "muy chistoso" (nos limitaríamos a decir, probablemente, que es "muy gracioso").
Aunque ambos "se cuentan" y ambos son breves, en la conciencia del hablante medio, chascarrillo y chiste son dos cosas bien distintas: en realidad, para muchos, jóvenes sobre todo, el chascarrillo no existe (y me atrevo a poner esa frontera, intuitivamente, en torno a los 40 años)(13). Algunos ejemplos (requeridos a mi padre, que conserva su retahíla particular de chascarrillos(14) y que difícilmente los confundiría con chistes(15)) pueden ayudarnos a fijar los límites entre ambos términos:
* Cuando yo tenía dinero me llamaban don Tomás, ahora que no tengo cuartos me llaman Tomás na más.
* Hay cosas que al parecer parecen ser y no siendo, y otras hay que se están viendo y no se pueden creer.
* Si dicen, que dizan; ¡mientras no hazan...!
* Dichoso y afortunado el que con cuernos tropieza, pues arrastra con los pies lo que otros con la cabeza.
* El amor de las mujeres es como el de las gallinas, que en faltando el gallo padre, a cualquier pollo se arriman.
* ¿Sabes lo que te digo, Fulanito? Que la que a ti te lo dé y a mí me lo cate, muchas ganas tiene que tener de chocolate...
* Hay tantos gustos como culos, que cada uno tiene el suyo.
* Con una misa y un guarro hay pa un año: la misa sobra y del guarro falta
* [Léanse como palabras los signos de puntuación que aparezcan] La niña que gaste . y no tenga con qué , tiene que vender el . para que con el . ,
Más cercano —como puede apreciarse— al refrán que al chiste oral, de carácter popular como ellos, el chascarrillo es un dicho ingenioso (por muy distintos motivos a veces) que está fijado en forma y contenido, e incluso emplea con frecuencia, como en algunos de los ejemplos, la rima mnemotécnica; pero no necesariamente: chascarrillo es también el último citado (sin rima) y lo es, por ejemplo, en gallego, "A chiva, con a alegría, da cos pés no cú". Como el refrán (y frente a lo que ocurre con el chiste), el chascarrillo no suele tener exclusivamente finalidad lúdica (aunque el último de los citados no parece tener ninguna otra), sino que se emplea generalmente sólo cuando, requerido por la ocasión propicia, su sentido se realiza de forma idónea en el contexto comunicativo; por eso algunos, como ocurre con frecuencia con los refranes ("diminutas píldoras mentales de fácil asimilación", en palabras de Acevedo, 1972, p. 13), parecen encerrar una profunda filosofía (popular y de urgencia) de la vida ("Si dicen, que dizan; ¿mientras no hazan...!"). Por su marcado ritmo, los niños suelen canturrearlos con desparpajo desinhibido (sin saber, generalmente, que se trata de chascarrillos):
* Cuando yo fui chiquito / me limpiaban el culito / ahora que soy mayorcito / me lo limpio yo solito";
y, por su popularidad, se pueden insertar fácilmente —como sugiere la definición de María Moliner— en un chiste o anécdota, como éste con que se defendía una amiga de mi niñez pueblerina, llamada Juana, contra quien se atreviera a ponerle la coletilla de "la loca"(16):
* Juana la loca / tiene una toca / llena de mierda / para tu boca.
El chascarrillo, en el que todo está explícito, carece además de efecto-sorpresa, algo que hemos considerado esencial en el chiste. Y mientras aquél es tanto más apreciado cuanto más veces oído (o leído) y antes reconocido, el chiste "conlleva sorpresa y extrañamiento y, por consiguiente, pierde toda o gran parte de su comicidad cuando es repetido" (Martín Fdez., 1988, p. 1245). Más que por repetido —creemos—, por reconocido o recordado, pues hay personas (yo misma, sin buscar más lejos) a quienes los chistes siempre les parecen nuevos.
Pero esta delimitación no excluye, naturalmente, de forma definitiva al chiste. Porque lo que nace al hilo del discurso como simple ocurrencia o gracia individual puede, convenientemente manipulado y adecuadamente contextualizado, convertirse en chiste e incorporarse como tal a los canales de difusión habituales. Y a la inversa: un determinado hallazgo expresivo en el chiste puede pasar al lenguaje común (con la consiguiente pérdida de conciencia de su origen(17), y el ingenio individual puede hacer pasar como anécdota o como ocurrencia personal lo que ha sido originariamente chiste:
* Un buen amigo mío, dice: Si tendré mala suerte, que el otro día me senté en el pajar y me clavé la aguja
(J.L. Coll, Tele 5, "Hablando se entiende la gente", 1-2-91)
Para hacerlo, basta, como puede verse, con situarlo para el hablante en el plano de la realidad, de los "hechos recordados" en vez de los "hechos contados". Del mismo modo, el hallazgo ingenioso o el chiste pueden inscribirse "de facto" en la realidad haciéndolos "vivir" en vez de "contándolos" simplemente; puede hacerse, por ejemplo(18), preguntando a los diversos profesores de Letras reunidos en un determinado lugar algo que, en teoría, deberían saber:
* ¿En qué tiempo está "no tendría que haberse roto"?
y proporcionándoles, después de haberles dejado discurrir (y discutir) acerca de la dificultad que la presencia de la doble perífrasis verbal entrañaba para el análisis, la respuesta "correcta":
* Preservativo imperfecto.
Por lo demás, como puede verse, de un subgénero humorístico se pasa con facilidad (y con frecuencia imperceptiblemente), por asociación, a otro. Asociándola con la anécdota del fusilamiento de Muñoz Seca (mencionada más arriba), Julio Cebrián cuenta otra similar de San Lorenzo (santo que da nombre a El Escorial, en cuyos cursos de verano nos encontrábamos en julio pasado), que, en la parrilla de martirio, dice a sus verdugos:
"Ya estoy por este lao, dadme la vuelta";
Forges, participante también en el coloquio, reacciona con un ¡Era un chuleta!; y entre risas generalizadas, alguien del público, a mi lado, exclama: Nunca mejor dicho: a la plancha. Y, además, no siempre se podría decir qué fue antes. Así, por ejemplo, se expresaba el popular señor Casamajó, en comentario al origen africano (camerunés) de una invitada a su programa radiofónico (22-5-90):
* —Allí [en Camerún] a las tías buenas no las llaman tías buenas
—¿Cómo las llaman?
—Tías buanas, ¡puñetas!
Pudo ser, sin duda, una ocurrencia del señor Casamajó, aunque la complicidad mostrada por el otro locutor (con su pregunta) parece denunciar un origen "chistoso" conocido de antemano. En cualquier caso, si no lo fuera, podríamos desde ahora presentarlo como tal, por ejemplo así:
* ¿Cómo llaman en Africa a las tías guay?: Tías buanas...
Además del simple error comunicativo inducido por el contexto o por simple ignorancia:
* Para formular [sic] el historial clínico, el médico pregunta al enfermo:
—¿Nombre?
—Engracia.
—¿Edad?
—Cuarenta y cinco años.
—¿Sexo?
—Tres veces por semana, doctor.(19)
* ¿Qué es la vía láctea?
La zona donde más leche se obtiene(20),
error, por lo demás, perfectamente útil para ser recreado por el chiste:
* Se encuentran dos amigos. El uno le dice al otro:
Diu "Oye", diu "me he enterado de que estuviste en Andorra..."
Diu "Sí..." Diu: "Por cierto", diu "es un valle precioso..."
Diu: "¿Y qué tal las andorranas?"
Diu "Bien", diu "me operaron el año pasado y no me han vuelto a molestar más, ¡oye!"
(Eugenio, Tele 5, "Vip Noche", 1991),
además —decía—, ciertas expresiones (creaciones léxicas casi siempre), surgidas espontáneamente por necesidad discursiva, se encuentran también, por la comicidad resultante, cerca del chiste; y su reproducción premeditada, con voluntad cómica, podría convertirlas con facilidad en chiste popular. Veamos algunas, recogidas de la lengua coloquial :
* —A ver qué haces con esa gente... [alumnos muy atrasados]
—Pues tomar anevaluatorios... Como decía un amigo mío: "Aquí es absolutamente imprescindible el anevaluatorio" [evaluación> anevaluatorio; cp. ovulación> anovulatorio]
* (A)— Mi mujer...
(B)— ...se ha muerto jugando al tenis, con la raqueta en la mano...
(C)— ¡De un raquetismo...!
(B)— De un raquetismo... ¡Muy bueno!
* —Ahora sólo falta que se quede embarazada por un fallo...
—Por un follo, porque fallo no se sabe si ha sido.
* El 17 de abril de este año (1991), una diputada del Partido Popular se queja, en el pleno del Congreso, de la reciente subida de las tarifas telefónicas, que duplica el coste del primer paso en las llamadas urbanas: "[Señor Ministro,] siempre hemos oído hablar del bolero de Ravel; ahora tenemos que aguantar el paso-doble de Borrel".
(dejo a la imaginación y experiencia del lector su posible transformación en chiste).
Chiste, anécdota y chascarrillo comparten, en todo caso, su origen (generalmente anónimo) y su carácter lúdico, que los convierte con frecuencia en atractivo recurso de comunicación. De los tres, el chiste es, por su forma (no estereotipada) y su contenido (ficticio), sin duda el subgénero más "abierto" y, por ello —como veremos— el más idóneo para asimilar el elemento cómico, cualquiera que sea su procedencia; y el más popular, tanto en su vertiente oral como en la gráfica.